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22 de octubre de 2022

Tres poesías de Ariel Van de Linde

Luna sin tiempo



Estoy.
No sé si estuve antes.
Vislumbré en el alba
aquel oro de mis recuerdos,
de mis desiertos
que un ojo de sueño me ha atribuido
como un mendigo ausente de pan
y de agua
como un abandonado grito
en la garganta de un niño.
He experimentado un parto de uñas gastadas
que tantas veces he amado
en su forma cósmica de acariciar un rasguño
y muchas otras
las he besado como una sombra de bocas.
Te seguí, te alcancé, te abracé,
y si miras mis espejos comprenderás
que ese doble espectro es tu obra:
tu obra
que una vez has llorado.
Oh, luna. Oh, mármol.
Tantas veces has muerto de negro
que sólo un olvido me unió a tu festín.



El suicida


Soy, el que únicamente soy.
El dueño de una llave para salir de este laberinto
que me atormenta y que nunca he elegido caminar
sin antes ni después (pero cuándo)
y donde algún engañoso Dios le ha jugado un traidor juego a mi ser,
a mi conciencia, a la distracción del tiempo, a esta carne ciega.
Esta noche limpiaré mis lágrimas,
le daré un lugar al dolor con mis manos llenas de sal
y con mis párpados enardecidos;
quemaré mis libros, mi biblioteca, mis arduos recuerdos,
el frío de mi cama, la penumbra de unos ojos estrechos,
la sonrisa de un corazón que me ha sido infiel
y le daré fin a un rostro que se acerca: a ese beso en mi frente.
Soy el que elige no elegir
lo que ahora es el pasado y es el intrincado olvido,
ya no serán necesarios los espejos, ya no hay destino,
siquiera será necesario la eternidad en una foto delatora
o el reflejo de mis clavos en una pintura,
ya no será necesaria la luna para mis poesías
ni la lluvia para el diluvio de una prosa en esta tierra,
ya no seré necesario, porque nunca lo he sido: Soy, el cúmulo de lo perdido.
Ahora me abraza el rumor atareado de la soledad,
me sueña el grito de un búho en la ventana,
y en el baño sucio está la bañera que me espera.
El agua hasta los ojos
y la daga de bronce (esa llave) que se hará sello en mi garganta.



Cruzar


Tengo miedo
y un mapa me depara un laberinto
que mis ojos no pueden ver.
Detenido
pero con paciencia
siento
que una multitud se aleja hacia el alba
y allí está ella
olvidándome.
Doy un paso
y mis piernas tiemblan
y mis manos sudan
y mojan el mapa
que se despoja del tiempo sólo por anhelo.
Soy
a veces
un espejo roto.
Camino
tropiezo
caigo
y alguien pisa mi espalda
para ser un portento de humillación.
Tengo miedo
mis ojos ya no pueden ver el mapa
y siguen sin ver el laberinto
sólo me queda un poco de amor
un poco de nobleza
y un poco de ardor en mi áspero aliento.
Me levanto
con horror
con desdicha y aventura
con felicidad
me despliego
recibiendo una lenta gota de lluvia
y me dispongo a cruzar ese laberinto
que se llama Vida.

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Un pensamiento

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