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26 de enero de 2023

Un pensamiento



Esta poesía pertenece al libro Escenas, de Ariel Van de Linde, incluido en la tercera edición. Una poesía escrita en la década del 90 y corregida antes de su edición. La decisión de incluirla fue después de haber hallado manuscritos perdidos entre sus cosas personales que iban a ser arrojados a la basura. 


Compartimos la aurora de un poema
y hemos leído un verso cada uno,
yo comprendí después de quince lecturas
que el poema era simplemente tuyo.
Vasto es el universo y su complejidad
y enamorada el alba
que has jugado a besarme al mirar por la ventana
las estrellas y las sombras
de dos seres plurales
en el liviano contrapeso de un epíteto.
En cinco palabras me has dicho
lo que Homero ha dicho en su Odisea;
Argos y Ulises, arduos de mitología,
observaron el mar por el sólo hecho de ser el mar.
Acaso porque los días
y las noches no importan en tu apogeo,
acaso es el desierto la muerte, ¿qué importa?
Basta con mirar el sol para quemarse los ojos
y morir de sed. 


22 de octubre de 2022

Ensayo de Ariel Van de Linde: Mención especial en los premios Jorge Luis Borges 2022

 

Borges y lo profético en Tlön


     «El mundo será Tlön», profetizó Jorge Luis Borges en el penúltimo renglón del famoso relato de la serie Ficciones. ¿Acaso esta profecía es el hoy, el presente, en que la ficción ha transformado la realidad? Me urge decir un paradigma elemental, la tecnología: los celulares, los ordenadores, eran parte de una ficción novelística o cinematográfica. Nadie en el orbe creía que esos instrumentos de fantasía pudiesen llegar a nuestra vida o la manera de codificar la existencia; sin embargo, están aquí. Nadie en su perfecto razonamiento y metodismo aseguraba que «los hrönir derivados del hrön de un hrön» pudiesen modificar el porvenir, la esperanza y la módica suma de materializar la imaginación. Esto sólo era posible en la literatura. Esa ficción fue interviniendo en la realidad, fue quebrando las puertas de la conciencia, del universo, hasta transformarla. Hoy, no podemos vivir sin esa tecnología, somos sus más fieles esclavos, una atroz metamorfosis terapéutica que burla y difama la naturaleza de la muerte sobre la vida. Creo que la pregunta está respondida. El siglo XXI es Tlön. El mundo ya es Tlön.
      Jorge Luis Borges ha sido, a mi juicio, el mejor lector que nos haya dado la historia de la humanidad. Un hombre que fue criado con un vasto paraíso de libros y conocimientos, que ha pasado por nosotros con la complejidad de un palimpsesto, lleno de serenidad y sonriente, sujetado a una calurosa erudición e intelectualidad que habría de forjar el puro goce del pensamiento, de la conciencia del mundo, de laberintos, sueños y espejos. Así lo afirma su literatura. Su mano cóncava toma una pluma y la apoya en una hoja para poder descifrar el universo, acaso porque lo ha visto en el decimonono escalón de un sótano. No en vano, dijo: «Para ser un buen escritor, primero hay que ser mil veces un buen lector».
     En la mayoría de sus cuentos, Borges quería que el lector fuese una especie de exégeta y no el capricho de un asperger. Lo que importa es leer y releer. No es lo que hay que entender, sino lo que hay que sentir; es decir, sentir una tormenta de paradojas, de interpretaciones, de contradicciones, de oxímoron, la ruptura de los órdenes lógicos… Estos ejercicios pueden practicarse con el cuento más arduo de su obra literaria: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. En este tratado, Borges, ha trabajado con un nuevo método de escritura para que los escritores posteriores también lo apliquen en sus obras, un procedimiento que sería lo máximo a lo que pueda llegar un escritor. Consta de un texto donde se narra una historia verídica hasta que la ficción interviene en esa realidad y la transforma, usando todas las posibilidades del lenguaje. He podido hallar, después de varias lecturas, una de ellas (quizá la más ignorada por los literatos). La profética.
     Comenzaré por los orígenes de las palabras del título. Tlön es de origen escandinavo. Uqbar es de origen persa. Orbis Tertius es del latín, cuya traducción al español es «Tercer Mundo»; este nombre, es atribuido por el autor a una secta secreta (lo que hoy llamamos «élite») que plantea la idea de modificar el mundo a nivel cosmológico, eliminar la totalidad y cambiar las leyes a nivel metafísico donde no hay una concepción de objetos en el espacio, sino una serie de actos individuales: «Ser es percibir y ser percibido». El siglo XXI es una alegoría de Berkeley. Nuestro presente, que olvida el pasado hasta su desaparición y que el futuro no es sino una mera ilusión, se ha transformado en una constante percepción de la realidad.
     El cuento inicia una noche con la conjunción de un espejo y el descubrimiento de Uqbar. Data de una enciclopedia falazmente llamada The Anglo–American Cyclopaedia. Esa noche Bioy Casares había cenado con Borges y ambos se demoraron en la discusión sobre una novela que permitiera a unos pocos lectores, la adivinación de una realidad atroz o banal. Días después, Bioy le dijo a su amigo que uno de los heresiarcas de Uqbar declaró que «los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres». A todas luces, esa sentencia era memorable. Pero luego, debido a su apresurada modestia para justificar una frase, Bioy Casares recordó que la sentencia original era inferior a la pretérita: «Los espejos y la paternidad son abominables, porque lo multiplican y lo divulgan». Aunque distanciadas, literariamente una de otra, ambas frases las considero una profecía de advertencia. «Cópula» y «paternidad» son abominables, porque la multiplicación de los hombres es abominable para el planeta. Lo que divulga la élite en nuestra realidad es el control de natalidad, el aborto, la destrucción de las familias y la abolición de las líneas de sangre, para que el género humano no continúe dispersándose por toda la Tierra.
     En 1937, un conocido de Borges, Herbert Ashe, dejó olvidado en un bar un libro en octavo mayor que había recibido del Brasil. A los pocos días Ashe murió de un aneurisma. Borges encontró el libro y al hojearlo sintió un vértigo que no dirimía la historia de sus emociones, sino en Uqbar y Tlön y Orbis Tertius. El volumen tenía 1.001 páginas y se titulaba: A First Encyclopaedia of Tlön. Los inventores de Tlön fueron muchos, porque la hipótesis de un solo inventor fue descartada, pero que estaba dirigido por un oscuro hombre de genio. En la élite, hay un oscuro hombre de genio que ha inventado una pandemia patológica con el arbitrario subterfugio de detener la superpoblación y luego anunció públicamente la continuación de otra. Sus súbditos se encargaron de crear una nueva forma de control mental para que las masas se sometieran a su propósito sin cuestionar una sola atrocidad. ¿Cuál es el misterio? No lo sabremos, porque los misterios nunca son descifrados, aunque sí los enigmas.
   En esta enciclopedia se hallaría escrito que abundan individuos que dominan disciplinas diversas, pero no son capaces de invención. También niegan el espacio, todo es sucesivo y temporal en su acepción más vasta. No existen los sustantivos, sino verbos impersonales calificados por sufijos de valor adverbial. Por ejemplo, nos dice, no hay palabra que corresponda a la palabra «luna», pero hay un verbo que sería en español «lunecer» o «lunar». «Surgió la luna sobre el río» se dice hlör u fang axaxaxas mlö. Esta lengua me recuerda (y puedo asociarlo) con la «neolengua» de la novela 1984, de George Orwell, que impuesto a la realidad se asemeja al inefable Lenguaje Inclusivo, en donde los pronombres, artículos y sustantivos con las vocales «o» y «a» son reemplazados por la vocal «e». «Todos los alumnos» se interpola a la frase «Todes les alumnes». El fin y el fundamento sociopolítico sería reflejar la desigualdad de género para la lucha por la igualdad y la identidad de aquellos que se creen excluidos de los supuestos sistemas heteropatriarcal y protocapitalista, aunque dicho lenguaje no concibe fundamento lingüístico alguno, tampoco concibe la inclusión. Esto sería, que Tlön nos pone en duda la cuestión de la identidad.
     En la literatura de Tlön no existe el concepto de plagio, todos los autores son un solo autor. Las ficciones deben tener un argumento con todas las permutaciones en que no haya historias lineales, los derivados de una primera situación son los ejes posibles de un razonamiento especioso en el que hay muchas versiones variables en un número infinito de hallazgos. La metafísica y la teología son una rama de la literatura fantástica. La cultura clásica tiene una sola disciplina: la psicología. No está autorizado el uso de los verbos «encontrar» y «perder». En nuestra realidad, todo esto está sucediendo y prontamente lo último. A una persona de rasgos africanos se le está prohibido decirle «negro», porque fomenta el racismo y se considera un crimen de odio. Para erradicar esto de la sociedad, a esa persona debe decírsele «no blanco» o «piel inclarescente». Lo patético, es que su inventor ha ignorado el concepto de que los humanos somos una sola raza, solamente nos diferencia las etnias. Por otro lado, se han multiplicado los escritores y ninguno lo es; quien lo sea, habrá sido relegado del resto, salvo por la salvación de algún plagio. La psicología está en todas partes y en ninguna, a veces con la apariencia cognitiva de una irracionalidad autoayudística, desde la educación escolar, como en la domesticación de un animal, hasta la justificación de un crimen psiquiátrico. Sería como analizar que «por algo suceden las cosas» y no actuar para resolver el conjunto.
    El puro idealismo nos ha contaminado. El ejercicio de la teoría sofista nos ha sido impuesto en la realidad: «No hay una verdad, hay un discurso que conmueve y prevalece», como los discursos políticos y la aceptación fervorosa de sus militantes. No hay objetividad, la subjetividad rige y trasciende. La realidad objetiva sólo se caracteriza por la autopercepción. No hay totalidad, tampoco sentido. Como en Tlön, el efecto de causalidad está siendo progresivamente abolido. Por ejemplo, si en una esquina de la calle Gaona, en Ramos Mejía, un hombre es asesinado y a pocos metros se ve huir a su asesino, este acto es considerado «una mera asociación de ideas». El asesino obró por estar marginado de la sociedad; ergo, no hay razón para que debiera ser juzgado. El materialismo y la ciencia son escandalosos. Entramos en un estado mental del cual negamos toda proyección científica, para que fluyan concepciones contradictorias que estén de acuerdo a leyes inhumanas y así anular cualquier teoría de índole válida. He aquí, a nuestro planeta regirse por la postverdad e irracionalidad de ideas tlönistas.
    Tlön ha dejado de ser un laberinto, porque ya fue descifrado por los hombres. El enamoramiento de una ideología sectaria, está desintegrando literalmente nuestro mundo. El conjetural idioma primitivo de Tlön ha penetrado en nuestras escuelas y lentamente irán desapareciendo todos los idiomas como los conocemos. En cien años sólo se hablará una sola lengua. La biología y las matemáticas desaparecerán. Esta secta necesitó cien años para editar una enciclopedia, otros cien años para imponerla en la realidad y someter a la humanidad a la evidencia de un planeta ordenado. Hay quienes han dicho que Tlön comenzó con las redes sociales en Internet o que mínimamente era la aproximación de un espejo: «El mundo será Internet».
    Lo profético se ha cumplido. Estamos dentro de Tlön y las generaciones venideras morirán dentro de él. El humano, como Dios, también ha sido capaz de crear un mundo.
    Jorge Luis Borges declaró que en sus poemas y cuentos se encontrarían entre líneas, claves que fueron escritas únicamente para él y que no esperaba ningún entendimiento del público por sus obras. Creo que entre esas líneas siempre abundó lo profético, como lo hubo en Wells, Orwell, Huxley y en el poeta Willam Blake. Borges es la sustancia de que está hecho. Es el río que lo arrebata; es el tigre que lo destroza; es el fuego que lo consume, en un mundo que desgraciadamente es real. Borges desgraciadamente es Borges. Yo, su discípulo secreto, desgraciadamente, tuve que escribir este ensayo.



Dos relatos de Ariel Van de Linde

 

Veinte años después

 

 

 

 

A principios de julio del año 2010, busqué fraguarme de lo que alguna vez había sido casi perfecto. La historia tal tendría mucho de hastío. No tengo idea del tiempo que pasó, no tengo idea del tiempo que viví en Holanda. Mi fracaso en el país bajo hizo que yo durmiera en la rueda del primer avión con destino a Argentina retornando a la urbe que me dio el origen, la dinastía y el ocio de ser el que soy. Dejé la vana proeza al azar y continué mi linaje porque en esta Ciudad Oculta no soy un fugitivo; sí, un hombre sin suerte. Lo que voy a contar no va a refutar furtivamente la dicción por mis tribulaciones. Los hechos ulteriores fueron quizá un remordimiento del pasado. He de beber mi destino hasta las heces.

Serían las diez de la noche. Estaba leyendo un libro de poesías y prosas de Arciem Horsek, Pasos Abstractos, en la Biblioteca Municipal. Me llamó la atención el argumento fantástico de su proemio. Databa sobre el hallazgo de un manuscrito donde los poemas y las prosas eran de varios autores, escritos por un solo autor y copilado por un Sócrates sin recursos quien terminó de escribirlo antes de beber la copa. La bibliotecaria —que era una mujer de unos ochenta y tantos años— debía cerrar la sala. Al notar mi aspecto de vago me echó de la biblioteca increpándome con su acento rudimentariamente italiano, pero yo determiné “tomar prestado ese libro” antes de que esta anciana llegara a darse cuenta, total, ¿quién creería que un vagabundo fuera un apasionado por la lectura?    

La noche estaba en soledad, en su silencio sólo se oía el sigiloso caminar de los perros callejeros hurgando basura. Crucé la plaza de La Memoria y me interceptaron dos adolescentes. Sus miradas carecían estridentemente de felicidad. Uno me apuntó con una pistola de corto calibre, el otro me dio una trompada. El golpe fue leve. Luego, con un escaso lenguaje por su falta de educación y gritando, me exigió que le diera dinero (el dinero siempre lo ocultaba bajo las plantillas de mis zapatos). Le dije que no tenía, le dije que soy un simple vago. El joven se acercó hasta mí y revisó todo mi atuendo, apoderándose de un celular y del ejemplar de Horsek. Sacó un encendedor y amenazó con quemar el libro si no le daba lo que él quería; acto seguido, lo quemó. En ese momento emergió de mí, una frustración que era más un miedo fingido que un desasosiego. Involuntariamente moví mi cuerpo en una especie de amague y su compañero presionó el gatillo del arma. El disparo no se ejecutó, por ende, la pistola estaba descargada. Me abalancé sobre ambos y los golpeé a mansedumbre, hasta que lograron huir. Aunque recuperé el celular, no logré salvar una sola hoja del libro de Arciem Horsek; el viento corrompió y disipó las cenizas engendradas por el fuego que perduró sin tiempo. ¡Qué ironía!, este hecho ocurrió a unos pasos de la comisaría primera de La Ciudad Oculta del Norte.   

Proseguí recto. Me senté dentro de un bar de mala muerte de la calle Sarmiento y Spadaccini (yo lo frecuentaba mucho en mi perpleja juventud). La música en el recinto era penosa. En el aire, la brizna que dejaba el cigarrillo y el olor a cerveza rancia. A decir verdad, era el lugar que estaba buscando para escapar un largo rato de la realidad, fue mejor aceptar este eructo que aceptar un montón de holandeses persiguiéndome por no pagar cien mugrosos dólares perdidos en un juego de casino, o de dos muchachitos, neófitos de ladrones. En una mesa estaban jugando al truco. Me invitaron a integrar una partida, pero yo nunca entendí ese juego así que tuve que rechazar la invitación. 

Uno de ellos, después a una absurda onomatopeya, les dijo a sus amigos:

—Muchachos, el truco es un juego de machos, no de maricas.

Todos se rieron por lo que expresó este idiota. Yo gesticulé y les di la espalda. 

Pronto, otro de ellos, me dijo:

—Che, marica, vení. Te vamos a enseñar a usar el ancho de basto.

Todos volvieron a reír. A uno se le tumbó el vaso con cerveza. 

Di media vuelta y su provocación me llevó a replicarle:

—Preguntale a tu mujer si soy marica. 

—¿Qué dijiste? —berreó el hombre con una tardía cara fruncida.

—Que mientras vos jugás al truco, yo me cojo a tu mujer. ¿Quién es el marica ahora? 

Sacó un cuchillo y me invitó a pelear fuera del bar. Cuando se acercó hasta mí, se oyó un grito enunciando: “¡Basta!”, y un disparo al techo de un alto calibre nos dejó sordos por un momento. Había sido Gabriel Elías, el nuevo cantinero. Cada cual volvió a sus lugares. 

—Tranqui…, tranquilo, macho —me dijo Gabriel—. Estas cosas suelen pasar con frecuencia en bares mugrosos como éste.               

Le pedí un trago de tequila y limón y sal, y entonces entró ella: una joven de pelo oscuro y de ojos almendrados, tristes. Al acercarse hasta la barra, los estúpidos borrachos halagaron su belleza salivando con todo el diccionario de la vulgaridad, pero tampoco se sintió amedrentada. Se sentó a mi lado, ordenó una cerveza y al oír su voz pacífica la piel se me había erizado. Me miró con quietud poderosa y comenzamos una charla que duraría toda la eternidad. Su nombre era Lucía. Juntos, suplimos la noche con milanesas a caballo, ensalada rusa y más cerveza. 

Al cabo de un bocado del último trozo de milanesa, le pregunté:

—Y, ¿cuántos años tenés? No me digas que eso no se le pregunta a una dama y esas pedanterías femeninas…

—Tengo veinte años —respondió ásperamente.

—Sos una niña para estar acá, Lucía.

—Qué me importa. Vos no me dijiste tu nombre ni tu edad. Aparentás ser un antisocial —me dijo, inerte, mirándome a los ojos. 

No quise darme a conocer con profundidad, pero habían pasado dos horas desde su aparición y su desafiante consulta no iba a intimidar mi ego, era una mocosa, a lo que le dije:

—Mi nombre es Tahiel, tengo cuarenta y cinco de antigüedad. Soy empresario desde hace unos días. Me dedico a juntar cartones y latas que hurto de los basureros en pos…, de cuidar la ecología.

—Creí que son años los que tenés, Tahiel —dijo, omitiendo mi ironía y agregó—. Sos obvio y predecible, aunque ya encontré quién me cuide esta noche.

—¿Cuidar de vos? ¿Me viste cara de niñero?

—Sí, deberías considerarlo.

La miré con tolerable desdén, su indulgencia y su confianza hacían patética mi hombría. 

Ella, me dijo:

—Escuchame, Tahiel. No soy una pendeja puta que vino a buscar una aventura con un viejo que no tiene un mango. Puedo asegurarte que hay pibes de muchísima guita capaces de gastarse la vida para mí; yo, pasé por acá, vos empezaste a hablarme y esto sólo se dio.   

—¿Viejo?, yo no estoy viejo, chiquita —corregí, con graciosa descortesía—. Sólo cumplí dos veces veintidós años y medio. 

No podía creer con la madurez casi imprudente que Lucía hablaba. No sé, algo dentro de mí dijo que debía llevarla conmigo y estar con ella. Y entonces salimos del bar, caminamos por las ofuscadas calles de la ciudad; sus luces podían compararse con el color de las sombras. Me tomó de la mano y estuvo todo el camino seduciendo mis ojos. La invité a mi departamento (que era tugurio de pulgas) y aceptó sin temor, segura de sí misma. Pensé en un momento si fue el efecto del alcohol que consumió, pero sólo bebió un par de cervezas. Entramos a mi departamento.

—¡Acogedor! —me dijo, sonriendo.

—Sí, las ratas son mis domésticas —le contesté irónicamente y comenzó a reír. 

Serví café bien cargado y fuerte. Ella tomó dos de mis libros de poesías: William Blake y Charles Bukowski. Leyó un poema de Charles (Abraza la oscuridad, el poema que más me gustaba) con tanta devoción, viviendo el hastío y la vulgaridad de sus versos con una profundidad que excitaría a todo poeta, dejándome asombrado. Me vi reflejado como si enfrente tuviera un espejo de luna, como si Lucía y yo estuviéramos conectados en un mismísimo universo.    

Al terminar tiró el libro a cualquier parte. Se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme a la manera de una mujer experimentada, y yo no me había echado atrás. La llevé a mi cama y mientras hacíamos el amor sentí que la juventud del pasado reencarnó en mí, que pude volver a aquellos momentos, aunque mis cuarenta y cinco años eran lacerados comparado a los veinte años de esta mujer. ¿El sueño del hombre que se acostó con una chica, o el sueño de la chica que se acostó con un hombre veinticinco años mayor que ella? Como sea: El hombre es una presa hacedera ante el prodigio de una mujer.

Desperté a las diez de la mañana y Lucía no estaba en mi cama, tampoco en el departamento, se fue sin dejar rastros, sin dejar número de celular, sin dejar nombre de alguna red social de Internet, nada... Salí desesperado del edificio y recorrí todos los rincones de La Ciudad Oculta del Norte. Por la tarde fui a buscarla al bar donde la conocí. Gabriel ya no trabajaba como cantinero.

—Gabriel se fue, amigo, sin decir adiós —me informó quien lo había suplantado.

—¿No entró una chica extraña acá?

—Sólo borrachos, amigo. Una chica le daría vida a esta pocilga insufrible —fue la respuesta.

Todo se tornó extraño. Me sentí un escarnio burlado por mi propia ingenuidad madura, un idiota enamorado que buscaba a la princesa de una novela de amor en la fibrilación del día y no hallé, siquiera, un indicio de su nombre. Me senté en una hamaca de la plaza del ferrocarril, me hilvané en nostalgia. Trivialidades de pirañas comiéndome internamente cavilaron mis sesos diciéndome que esa noche con aquella chica se había borrado todo vestigio de mi vida. “¡Soy un demente!”, murmuré. Volví a mi departamento y el manto no pintó más las sombras.

Habrá pasado una semana. Yo arriesgué mis últimos cien pesos jugando a la quiniela matutina; por primera vez, el azar había sido generoso conmigo. Gané veinte mil pesos y los aproveché para darme, por la noche, una merecida cena con el mejor vino del país. Declinaba la tarde e hice varias compras hasta llegar al edificio en el que yo albergaba. De pronto percibí que algo no andaba bien. Sorpresivamente, por la espalda, dos hombres me tiraron al piso gritándome que me quedara quieto y que eran policías. Sentí (aunque no lo sentí) el silbido de las sirenas de los patrulleros quebrando el silencio, el moho apenas yacía de los poros del pavimento como los improvisados efectos especiales de Jean–Luc Godard. Pedí con vesania una inmediata explicación. 

—¡Suéltenme, hijos de puta! —les grité, mientras me esposaban.

Un oficial me mostró su placa y dijo que me arrestaban por abuso sexual. Era imposible, no había hecho nada y en ese momento me acordé de ella. La vigilia había sido destructiva con mi destino. Desde adentro del móvil policial miré por la ventanilla y entre los múltiples uniformados estaba Lucía mirándome impávida y con rostro de satisfacción; satisfacción de haber logrado algo, de haber logrado... ¿Qué? ¡Yo no entendía nada! Al lado de ella estaba Gabriel Elías vestido de traje. 

Ella le pidió a Gabriel que bajara la ventanilla del móvil. Cuando Lucía se acercó hasta la altura de mi cara, le pregunté qué pasaba, que no había hecho nada. Entonces, me dio un beso en la mejilla derecha y me dijo: A pesar del daño que le has hecho a mi madre en el pasado; veinte años después, aún sigo siendo tu hija.

Esta joven buscaba a su padre que había desaparecido cuando su madre quedó embarazada. Al nacer Lucía, la madre murió. Su padre era un pescador de mujeres, catatónico, las seducía y las enamoraba logrando, posteriormente, llevarlas a su lecho de falso amor y abandonándolas cuando conseguía de ellas lo que él deseaba. Sexo glorioso, saciando siempre la sed de su proliferado miembro.

—No me estoy vengando, padre mío —musitó en mi oreja. Su aliento a cuervo vengativo me amilanó y continuó, diciéndome—. Nada más quería conocerte. Ya no hay dudas: soy tu sangre.  

La miré, y ella me miró con una breve sonrisa y melancólica complacencia.

Lucía había contratado a Gabriel, que era un maldito detective, para buscar mi paradero. Como también contrató a los hombres que estuvieron en el bar la noche que la conocí. Jamás supe cómo hizo este detective para saber que yo era el padre de esa chica, jamás supe que tenía una hija. Entré en un estado de demencia después de haber vivido lo que Lucía hizo para vengarse de mí. Avizoró mis estrategias para enamorarme, un anatema de mi pasado que había olvidado. Logró conquistarme al punto de haberme acostado con ella. También fui el primer hombre en llevarla a la cama y nunca más volví a saber nada de su existencia.

Ahora estoy preso en una cárcel por un delito que no cometí, como un castigo de mi propio ego, rodeado de condenados con sus ojos llenos de amor por cualquier cuerpo nuevo que entre en esta jaula miserable. Un tiempo después se supo de mi fuga de Holanda por el delito de extorsión multiplicando la condena de mi violación inexistente, o bien eligieron un delito multiplicándolo por varios. En vano les rogué misericordia en la cárcel de La Ciudad Oculta del Norte. Los abogados que me había otorgado la ley declinaron, borrando mi identidad de la esfera. Yo, fatigué la humedad de esta cárcel matando a los internos en una noche. Debajo de la cama se hallaba un libro de Arciem Horsek que olvidó un exconvicto, y comencé mi eternidad leyéndolo plácidamente. Ahora soy, y seré, el ausente.





Un jardín, ella y el extraño

 

 

Cualquier destino, por largo y complicado que sea,

consta en realidad de un solo momento:

el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.

 

Jorge Luis Borges (1899–1986)

 

Sucedió una tarde, en el mes de abril del año 2013. El alba era vigorosa en ese viejo medio–otoño. Las diminutas piedras del Jardín Japonés brillaban unánimes como un rudimental espejo mostrando sin temor la cara del sol. El agua oscura del lago me recordó las noches turbias de La Odisea. No comprendí bien cómo Rafael llegó hasta allí. Me bastó dibujarlo en lugar de escribirlo (tiempo después lo escribí). Sé que muchas veces solía sentarse en el mismo banco custodiado por un Pino Resinero. El hombre es, así lo digo, de mediana estatura, ojos marrones, de tez caucásica y barba abatida (cualquier ignorante diría que es un vago decente). Fui en aquel entonces, el guardia de ese Jardín Japonés, un parque público donde la entrada tenía un costo. El encuentro fue como si lo hubiera soñado, pero me limité a pensar en que haya sido un sueño, no hubo vigilia de por medio y mis ojos tenían la esfericidad de la luna al presenciar aquel momento.
        Rafael clavó de golpe la vista en aquel banco. Había una mujer sentada: piernas cruzadas, pelo lacio y negro al igual que sus ojos. No sólo era una sorpresa, sino que también, la mujer llamaba la atención. Tenía una hermosura sobrehumana a la que ningún hombre podría resistirse. Su áurea era vasta y silenciosa. 
           Rafael, alucinado, llegó hasta el banco tímidamente, y le dijo:
          ⸺Perdón… ¿Puedo sentarme? ⸺Ella le respondió que sí, pero que le parecía raro, había bancos desocupados en todo el jardín y sólo ellos moraban en él. 
          Rafael, luego de agradecerle, argumentó:
        ⸺Lo sé, casualmente en este banco me siento todos los días a esta misma hora. Desde aquí puedo apreciar los últimos instantes del sol. Si la estación del año cambia, el sol baja en aquella dirección: mirá ⸺Le señaló a la mujer el punto cardinal del oeste y el extraño continuó⸺. Y es ahí, cuando dejo de venir.  
       ⸺Qué rutina tan divagante. Pero, claro, los árboles te tapan la visual del horizonte ⸺dijo la mujer.
      Rafael asintió y explicó que él veía del sol, la forma de morir y volver a nacer. Le preguntó su nombre. Ella le dijo, Ana del Mar.
         ⸺Ana…, mi nombre es Rafael. 
Hubo un corto silencio. Observó que ella estaba con una carpeta llena de papeles y no difirió en decirle:

⸺Y a vos, qué te hace venir a este lugar.
     ⸺Yo también vengo siempre acá, en este mismo banco ⸺fue la respuesta. Ana, en un corto respiro, recibió con los ojos cerrados los intrusos rayos del sol, que se extinguieron en su rostro. Ese suceso había sido como una orden divina⸺. Me gustan los peces, el aire es sublime y el lago es un espejo que muestra mi realidad ⸺prosiguió después, mirándolo con una sonrisa y él también sonrió.
          Rafael comenzó a prestarle más atención, ya no le interesaba el banco, ni la caída del sol. Notó algo diferente en la mujer.
          ⸺¿Qué estás estudiando? ⸺le preguntó, con curiosidad, frunciendo el entrecejo.
      ⸺Estoy trabajando en un curioso caso de violencia de género. Soy abogada. 
           ⸺¿Abogada? 
      ⸺Sí. El estudio donde trabajo me estaba asfixiando y necesitaba relajarme, qué mejor lugar que éste. Aparte… ⸺Ella se quedó pensativa. Luego, continuó⸺, me trae recuerdos, recuerdos que pueden parecerse de olvidos.
          ⸺Entiendo ⸺dijo Rafael, confuso. 
          ⸺Y vos, ¿a qué te dedicas? ⸺le preguntó. 
        Su respuesta fue que una vez tuvo un trabajo, el desempleo no lo amilanaba, el país no atravesaba un buen momento y que el argentino de hoy (más allá de sus quejas efímeras) era conformista: no se iba a morir si no tenía trabajo y que él era una persona ausente para la plebe. Ana asintió dándole la razón, de la misma manera que se le da la razón a un loco. Le dijo que ser un loco no es algo trágico. Podría decirse que un loco tiene una visión heterogénea de la realidad, podría ser un exiliado de los sueños o de la muerte, que deliberadamente son lo mismo.   
      Ambos entraron en confianza. Hablaron de Marcos Tulio Cicerón, un abogado del año 106 a. C., filósofo, escritor y orador romano, considerado uno de los grandes retóricos y estilista de la prosa en latín. También de Alfredo Lorenzo Palacio, un abogado argentino del siglo XIX que esbozó una tesis denominada La Miseria y un ser que defendía gratuitamente a los pobres. Ella, luego, le contó sobre los derechos de la mujer y que estuvo trabajando en un caso, donde un hombre fue golpeado por su esposa, recibiendo múltiples golpes bajos y hasta en la nariz por el impacto de un vaso. Le preocupaba que el concepto de la violencia de género sólo responda a la mujer. Opinó, que feminista es la mujer que pelea por la igualdad de género y de los derechos y obligaciones, no para apropiarse de ellos. 
          Ese juicio falló a favor de la acusada quien tenía un amorío con el juez de turno. Cuando Rafael comenzó a contarle sobre la doctrina de Crisipo por el filósofo Antípatro de Tarso, resbalaba de entre la carpeta de Ana, un libro, que no tardó en caer al suelo. Llevaba de título Excélsior. En el dibujo de la portada había dos niños tomados de la mano que eran como atribuidos por un sueño. Como todo caballero levantó el volumen y se lo entregó.
         ⸺¿De qué origen es el apellido del autor? ⸺preguntó Rafael, arduo de curiosidad.
          ⸺¿Van der Adjoin? ⸺dijo Ana.
          ⸺Sí, es el único apellido que veo en la portada.
      ⸺Tenés razón ⸺dijo Ana, después de una virulenta risa⸺. Su apellido es holandés, fue poeta de esta ciudad.
         ⸺¿Fue? ⸺interrogó Rafael. 
         La mujer asintió débilmente.
        ⸺Lo asesinaron hace un año, él era mi amante. Hubo un escritor que dijo que el tiempo era un río que lo arrebataba. A mí muchas veces me arrebata el pasado.   
      Su voz cambió radicalmente, empezó a temblar al borde de la angustia y confesando algo que nunca pudo contar, contó una historia desde sus entrañas, o desde su alma. ¿Cómo entenderían esto los poetas? 
         Ella prosiguió:
       ⸺Tuve un novio que me golpeaba, un celoso enfermo. Las tantas veces que quise terminar la relación, no pude, era un hombre con poder. Manejaba los jueces, los estudios jurídicos, la policía, al intendente. Busqué ayuda por todos lados y nadie me la dio. Ejercer mi vocación de abogada no me sirvió para defenderme. Las denuncias contra él fueron todas archivadas en largos estantes.
         ⸺Burocracia y corrupción ⸺dijo Rafael.  
         ⸺Una basura corrupta, sí ⸺exclamó enojada.
         ⸺Es verdad. Seguí contándome tu historia.  
       Rafael estaba asombrado por tanta valentía en Ana. Contar a un desconocido una historia personal, sin el recelo de que tal vez recorriera todo el jardín y llegara a oídos imprevistos, pudiera cambiar su destino. Nahuel Van der Adjoin fue un poeta sin fama, pero con algún que otro reconocimiento, tampoco se dejaba difundir. El asesino de Nahuel se llamaba Alejandro Lors.
     Una tarde, no menos propicia que otras tardes, Alejandro llegó repentinamente a su casa. Al entrar en silencio, vio que Ana y Nahuel se abrazaban ardorosos en la cocina. Lors se abalanzó sobre ambos, tomó del cuello a Ana y comenzó a golpearla. Nahuel le dio un golpe certero en una costilla quitándole el aire y se trenzó en una pelea por defenderla. Lors sacó de su cintura una pistola de alto calibre y disparó: la bala impactó el abdomen del poeta. Dio dos pasos hacia atrás cayendo lento y poderoso al suelo. Un par de balbuceos metió algún miedo hasta la declinación de sus ojos. Lo que no esperaba su verdugo fue recibir, antes de disparar, una puñalada profunda en su estómago. 
         Ana quedó detenida en la comisaría hasta probar que no era culpable de esas muertes. Finalmente era excarcelable. La madre de Alejandro Lors se solidarizó y le dijo que lo mejor que pudo pasarle a su hijo era la muerte. En el sepelio sólo estuvo presente su abogado y un cura que solía ser adornado con dinero narcotraficante. Rafael pensaba que quizás ella no era la culpable de sus muertes (o quizás sí), pero que sí habían sido culpables su belleza, su amor, y su destino, que eligieron a un solo hombre.     
          ⸺Cuando conocí a Nahuel ⸺continuó Ana⸺, vi algo diferente. No sé si era porque estaba acostumbrada al maltrato de una peste como mi novio, pero me hizo ver la otra cara de las cosas. Me sentía una mujer segura con él, sentía paz. No sé si me amaba porque nunca me lo dijo, no sé si lo que yo sentía era amor, pero a escondidas de todo y de todos, hemos vivido una juventud. Parecíamos dos locos fugitivos escapando de la Interpol sólo para estar juntos algunas horas en un departamento de cartón o en este jardín, dándole de comer a los peces, jugando a ser Cortázar buscando a la Maga, Jim Morrison y Pamela Courson volando en ácido. No nos importaba el tiempo, no teníamos noción de la realidad, no teníamos… ⸺Ana levantó la mirada hacia el cielo y prosiguió⸺, y estábamos acá, sentados y besándonos en este banco y contemplábamos el sol. Al igual que vos ⸺señaló a Rafael⸺ que venís a ver su caída.        Entonces solamente éramos el jardín, él, y yo. Esa tarde Nahuel se equivocó de lugar para verme.
          Un ocaso emergió en el sitio, pero el sol no se había corrido de su lugar, nunca cayó, como si el encuentro entre Ana y el extraño no debiera terminar; el tiempo estaba allí, disminuyendo su recorrido. Rafael sintió nostalgia por ella, sintió que su amor por aquel hombre no era una falacia del recuerdo ni una astucia del olvido, una infrecuente frecuencia que no se animaba a decir. Le preguntó quiénes eran los dos niños que aparecían en el libro. Ana no lo sabía, pero reveló algo más.
         ⸺Sabés. Nahuel antes de morir en medio de su agonía, me dedicó un poema, el último de todos sus poemas. Quedó impreso en el libro de mi pecho, como decía él: “Todo mi amor tenelo guardado dentro de tu pecho, que es el libro de los recuerdos”. Ahora que lo pienso, creo que me quiso decir que me amaba.
           ⸺Muy sentimental, pero ¿qué hay del recuerdo de la memoria?
           ⸺Él diría que es el caos del universo.  
          ⸺¿Puedo conocer ese poema? ⸺preguntó Rafael, con la virtud de un filósofo⸺. No lo divulgaré, te lo prometo, sé que es algo especial para vos. Podés hacer de cuenta que se lo recitaste a un muerto, aunque, ¿quién me escucharía?
      Ana estaba apenada, hablar con un extraño en muchos casos le era deleznable, pero en este caso para ella era un alivio compartido. Los dos estaban conectados y unidos al punto de que era anormal lo normal de este par de almas elementales interpolándose como una novela escrita con remedos e incorregibles ripios, pero que el final de esta novela no se desdeñaría y dando paso a lo siguiente. 
            Ella le dijo, después de una leve risa:
         ⸺Es una locura, pero te lo voy a decir. Espero que no te burles de mi manera de declamarlo. Soy abogada, no una poeta.
           ⸺Los poetas son trogloditas, no dioses ⸺reprobó el extraño.
          ⸺Está bien ⸺dijo ella, y con la mirada semibaja, declamó el inédito poema de Nahuel. 

 

“No temas a los pasillos de mis ojos,
no me estoy muriendo.
Estoy renaciendo para volver a verte
cuando cruce los espejos. El…”

 

Rafael la interrumpió con brusquedad. Ana levantó la vista y boquiabierta, lo oyó decir: 

 

“…El cristal es frágil y podré abrazarte
nuevamente, el barro me hará hombre
y tus besos serán eternos como la luna
y el tiempo. Bésame, soy tu reflejo”.

 

  Las emociones de Ana rápidamente colapsaron en tartamudeos al acabar de oírlo. Sus palabras perdieron articulación. Rafael quedó pétreo cavilando el suceso y con melancolía en su mirada.
        ⸺¿En dónde lo escuchaste? ¡Quién sos! ⸺exclamó, levantándose alterada del banco. Lo mismo hizo Rafael, pero con lentitud vigorosa. 
La miró a los ojos y con otra voz, una voz llana y que ella había conocido, le dijo:
         ⸺No escuché nunca ese poema. El amor del pasado es lo que queda grabado en la mente de todos y con él también su aspecto. Pero cuando ese mismo amor se manifiesta de otra manera y en un mismo jardín, se hace incomprensible y algo aterrador; yo, no me olvidé del día que te lo dediqué.
             ⸺Nahuel, sos…, sos vos. Pero estás…
Los ojos de la mujer se cristalizaron. Al borde de quebrar, vio otra realidad en la cara barbada de Rafael y en su mirada.
         ⸺Sí, la gente no puede vernos. El jardín es nuevo, ahora es nuestro jardín. Nuestros serán los días y las noches y perdurables nuestros momentos.
             ⸺Entonces, ¿todo esto fue un sueño? ⸺le preguntó. 
             Nahuel asintió sin decir una sola palabra.
        Mientras las lágrimas de Ana del Mar viajaban por sus mejillas, un intervalo le permitió recordar el trágico suceso entre Nahuel y Alejandro. Un silencio bastó para que ella y el extraño se hayan disuelto en un abrazo. El sol se mostraba de ocaso, cuya máscara era la aurora boreal.
        ⸺Perdoname, Ana, no pude detener el cuchillo ⸺le susurró Nahuel al oído.
          ⸺Lo sé, Náh… ⸺le dijo ella⸺. Pero el cuchillo nos ha unido.  
       Tiempo después medité el hecho. Recordé que al escribirlo alguien me lo había contado cuando comencé a trabajar como guardia del cementerio de esta ciudad. Ana estaba soñando y Rafael seguía siendo un extraño en la muerte. El jardín nunca fue el Jardín Japonés, siempre había sido el templo de los epitafios, los hipogeos, los mármoles, de hombres que se parecen a los muertos y que los entierran con cera. Ahora entiendo por qué el lago era turbio. Nunca hubo un lago. El soñador había sido yo, indudablemente sin serlo, y siempre era el mismo hecho en la misma vigilia y en el mismo sitio. Yo fui aquel juez que falló en contra de Ana del Mar en el juicio sobre violencia de género, yo fui el amante de aquella acusada. Creo que por eso había perdido mi fortuna y me rebajé a la indecencia. Creo que por eso me habré llamado Alejandro Lors.






Tres poesías de Ariel Van de Linde

Luna sin tiempo



Estoy.
No sé si estuve antes.
Vislumbré en el alba
aquel oro de mis recuerdos,
de mis desiertos
que un ojo de sueño me ha atribuido
como un mendigo ausente de pan
y de agua
como un abandonado grito
en la garganta de un niño.
He experimentado un parto de uñas gastadas
que tantas veces he amado
en su forma cósmica de acariciar un rasguño
y muchas otras
las he besado como una sombra de bocas.
Te seguí, te alcancé, te abracé,
y si miras mis espejos comprenderás
que ese doble espectro es tu obra:
tu obra
que una vez has llorado.
Oh, luna. Oh, mármol.
Tantas veces has muerto de negro
que sólo un olvido me unió a tu festín.



El suicida


Soy, el que únicamente soy.
El dueño de una llave para salir de este laberinto
que me atormenta y que nunca he elegido caminar
sin antes ni después (pero cuándo)
y donde algún engañoso Dios le ha jugado un traidor juego a mi ser,
a mi conciencia, a la distracción del tiempo, a esta carne ciega.
Esta noche limpiaré mis lágrimas,
le daré un lugar al dolor con mis manos llenas de sal
y con mis párpados enardecidos;
quemaré mis libros, mi biblioteca, mis arduos recuerdos,
el frío de mi cama, la penumbra de unos ojos estrechos,
la sonrisa de un corazón que me ha sido infiel
y le daré fin a un rostro que se acerca: a ese beso en mi frente.
Soy el que elige no elegir
lo que ahora es el pasado y es el intrincado olvido,
ya no serán necesarios los espejos, ya no hay destino,
siquiera será necesario la eternidad en una foto delatora
o el reflejo de mis clavos en una pintura,
ya no será necesaria la luna para mis poesías
ni la lluvia para el diluvio de una prosa en esta tierra,
ya no seré necesario, porque nunca lo he sido: Soy, el cúmulo de lo perdido.
Ahora me abraza el rumor atareado de la soledad,
me sueña el grito de un búho en la ventana,
y en el baño sucio está la bañera que me espera.
El agua hasta los ojos
y la daga de bronce (esa llave) que se hará sello en mi garganta.



Cruzar


Tengo miedo
y un mapa me depara un laberinto
que mis ojos no pueden ver.
Detenido
pero con paciencia
siento
que una multitud se aleja hacia el alba
y allí está ella
olvidándome.
Doy un paso
y mis piernas tiemblan
y mis manos sudan
y mojan el mapa
que se despoja del tiempo sólo por anhelo.
Soy
a veces
un espejo roto.
Camino
tropiezo
caigo
y alguien pisa mi espalda
para ser un portento de humillación.
Tengo miedo
mis ojos ya no pueden ver el mapa
y siguen sin ver el laberinto
sólo me queda un poco de amor
un poco de nobleza
y un poco de ardor en mi áspero aliento.
Me levanto
con horror
con desdicha y aventura
con felicidad
me despliego
recibiendo una lenta gota de lluvia
y me dispongo a cruzar ese laberinto
que se llama Vida.

16 de marzo de 2017

La lupa cultura. Revista de marzo 2017


Pueden leer esta entrevista por este link:
http://www.lalupacultural.com.ar/la-lupa-cultural-no-51-marzo-2017/letras-ariel-van-de-linde-presidente-de-la-sade-escobar-soy-un-defensor-de-los-libros/

Entrevista de la periodista Silvia Mabel Vázquez

Letras: Ariel Van de Linde - Presidente de la Sade filial Escobar: "Soy un defensor de los libros".


Ariel escribe poesía y narra, y lo bien que narra, tiene un blog llamado "El averno del Ángel".

Nació en Escobar y es el presidente de la Sade de ese partido del Gran Buenos Aires, desde el cierre del ciclo 2016, hace muy poquito, anuncio que hizo la sra. Aída Carolina Holtz.

Escribe poesía desde los 15 años y narra desde los 30. Su primer libro de poesías se llama "Escenas" con una segunda edición en el año 2014. Es socio activo de A. L. E. P. H. (Asociación Libre de Escritores y Poetas Hispanoamericanos de la ciudad de La Plata). Su libro "Gritos. El Lienzo de los Sueños", de poesía-prosa, es una casi alejada novela poética, según su propia definición. 

Su inserción en el mundo literario se debe a las influencias del maestro argentino Jorge Luis Borges y del poeta inglés William Blake.

Participó para la "Faja de Honor" de la Sade Nacional.

Conversamos con él, una tarde de enero muy cálida, en cuanto a clima y a charla:

 ¿Te considerás un buen lector?

Sí, me considero un buen lector, no en el sentido cuantitativo. Un buen lector no es aquél que lee bien o mal, sino aquél que descubre sus propios autores y que trabaja por descubrir los secretos o misterios que encierran los textos en un libro, algunos lo llaman "el ratón de biblioteca" y eso es lo que soy. Me gusta leer, me genera placer, y esto es una actividad que en mi adolescencia odiaba con profundidad. Ahora soy un defensor de los libros.

Además de Borges y de Blake, ¿qué otros escritores te conmueven? 

No soy un lector de muchos autores, si hay algo que aprendí de Borges es que "nadie puede leer 2 mil libros, y que lo importante no es leer, sino releer". Yo leo mucho los atlas, enciclopedias, biografías, filosofía, psicología, pero si vamos a los géneros literarios (poesía, cuento, novela) después de Borges y Blake, me gusta Cortázar, Joseph Conrad, H. G. Wells, Whitman, entre otros, también he descubierto algunos que están vivos como Jorge Rulfi, Díaz Puerta, Ramón Carnales, etc. El primer poeta que he leído sus libros enteramente es Jim Morrison.

¿Admirás también las pinturas de Blake?

Sí, me gustan muchos las pinturas de Blake, aunque sólo las conocí por fotos. "El anciano de los días" cuyo arquetipo representa a un Dios, me he imaginado muchas veces que tiene una representación inequívoca del Big Bang. Aun así puedo decir que las pinturas de Blake y sus poesías son una misma cosa.

¿Cómo definirías tu libro "Escenas"?

"Escenas" es un libro para el olvido, así también "La conquista". Fueron mis primeros libros donde experimenté la posibilidad de una buena obra literaria; errores que los he enmendado olvidándolos. Considero que mi primer libro es "Gritos. El Lienzo de los Sueños" porque en ese libro soy 100% yo.

Tu escritura ha sido definida en varias ocasiones como "atrapantes", ¿qué hace que una lectura se defina de ese modo?

Si mis escritos son "atrapantes" me acabo de enterar, o tal vez no presté atención a las devoluciones. En mi caso, para que un texto sea "atrapante" su contenido tiene que ser "desconocido". Yo leo cosas que me agreguen conocimiento, que sea nuevo, si no me agrega ese alimento no lo leo. No me gustan los textos obvios y básicos, no me gustan los textos que no le dan la posibilidad al lector de imaginar o crear su propio mundo en base a lo que está leyendo. Por ejemplo, si yo leo "estaba caminado en la oscura noche" ese texto ya me quitó toda posibilidad de imaginación de cómo podría ser esa noche, porque yo ya sé cómo es la "oscura noche". Ahora, si leo (y esto es de Borges): "nadie lo vio desembarcar en la unánime noche", aquí me está dando ese alimento que necesito, aquí puedo imaginarme esa "unánime noche". No me gusta (como a Juan José Arreola) la literatura de consumo, la literatura que sólo es diversión. "El conocimiento es poder" dijo un filósofo griego, y todo lo que no lleve al misterio, al pensamiento, al razonamiento, no sirve. La "literatura de consumo" es una falta de respeto a los libros, porque es una escritura que hace que el libro con el tiempo termine en un tacho de basura.  

Como flamante presidente de la Sade Escobar, ¿cuáles son las actividades nuevas que realizarán durante tu mandato?

Ser el titular de una institución como la Sade filial Escobar es todo un desafío y es algo que agradezco a la señora Aída Holtz (última presidente) que puso toda su confianza en mí, aun sabiendo que yo no soy un gestor cultural. Tenemos un lindo equipo con ganas de hacer muchas cosas y con muchas buenas ideas. Para el 2017 vamos a trabajar en lo más accesible: "cafés literarios", "ciclos de conferencias", "la revista de la Sade" y el anhelado "espacio físico" para poder realizar mejor todas las actividades, por supuesto, siempre pensando en el socio que es quien paga la cuota social.

Según uno de tus escritos dice, "hoy cualquiera es escritor". ¿Creés que hay autores que venden, y mucho, que no son buenos escritores, y por qué venden si no lo son?

Sí, hay muchos, y muchos que no tienen nada que ver con la literatura, entre ellos algunos famosos mediáticos como futbolistas, vedette, etc. Es un comercio ahora, a las editoriales no les importa otra cosa que vender, y no me refiero a editoriales independientes, me refiero a editoriales "muy conocidas" que se dedican a esas minucias y a complacer el bajo gusto intelectual de las masas. Después están los que tienen recursos para pagar una edición y lo que publican tiene muchas fallas en el lenguaje, pero tienen buen carisma y venden con eso.

¿Cómo definirías la poesía, que llegó tan temprano a tu vida?

La poesía es la libertad encarnada y absoluta.

En la presentación de tu blog, hay una frase que da que hablar

"No estoy en contra de Dios, sólo tengo una visión diferente de la creación. No estoy en contra del Universo: Madre y Padre de Todo. Estoy en contra del pasado humano donde en el presente ocultan la verdad de su historia. Por el momento tengo que disimular que pienso como ellos. Malach, así dormía contigo en esa esfera llamada eternidad. Borges y Blake (mis maestros), me distraen con el aprendizaje y este espejo."

¿Cómo podrías explicar eso de "tengo una visión diferente de la creación"?

Bueno, en cuanto a la visión que tengo de la creación: Creo más en las teorías científicas que en las bíblicas, el universo es vasto y afirmo que hay vida fuera de este orbe, pero no creo que haya un creador de todo, sí creadores de la raza humana, no creo en la posibilidad de un ente creador de todo. Por su puesto que es una visión mía desde la ignorancia que me corroe. Lo que sí me gusta de esos mitos bíblicos, es que hay admirable poesía.

¿Tenés en proyecto escribir otro libro?

Sí, tengo un libro de relatos fantásticos que se titula "Órefe`s: historias de la Ciudad Oculta del Norte". Estoy escribiendo dos novelas y poesías para el porvenir incierto. 

Una frase de Blake que te haya impactado mucho y una de Borges.

De Blake podría citar la frase más famosa que data sobre las "puertas de la percepción", pero te voy a citar ésta, mejor: "Ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, abarcar el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora".
De Borges hay muchas que me han impactado, pero te voy a citar una donde el maestro muestra su fidelidad como lector: "Que otros se jacten de lo que han escrito, a mí me enorgullece lo que he leído".

Preguntas con respuestas de una sola palabra: Mejor libro que leíste.

Uno de los mejores libros que he leído y sigo leyéndolo es "EL Aleph" de Jorge Luis Borges.

Mejor lugar para sentarse a escribir.

Cualquier lugar es bueno para escribir, siempre y cuando reine el silencio y la soledad.

Una palabra que te lleve al mejor de tus recuerdos.

Te voy a decir dos palabras que me llevan al mejor de los recuerdos: Mis hijos.

¿Si no hubieras sido escritor, qué hubieras sido?

Si no hubiera elegido ser escritor, creo que seguiría siendo un empleado de seguridad como lo soy ahora.

Una sugerencia para los nuevos escritores.

Algo para agregar, para la juventud más que todo, es que no piensen en editar, más bien que si les gusta escribir, escriban mucho y se diviertan mucho, que corrijan mucho y lo disfruten mucho, que lean mucho y que descubran sus propios autores, las recomendaciones poco sirven. Y si no les gusta leer, como dijo Borges, que no lo hagan, porque la literatura es parte de la felicidad y nosotros no podemos obligar a nadie a ser feliz.

¿Libro en papel o digital?

El libro en papel por escándalo. Emerson dijo: "Una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados, y esos espíritus despiertan cuando los llamamos", refiriéndose a los libros. Un libro en papel es mucho mejor que una ilusión digital, porque es poseedor de misterio, cuando yo toco un libro de Borges (por ejemplo), creo que estoy por abrir el secreto del Santo Grial, en cambio un libro digital sólo me irrita los ojos.

¡Gracias Ariel, por tu tiempo y tus interesantes respuestas!

Silvia.

Un pensamiento

Esta poesía pertenece al libro Escenas, de Ariel Van de Linde, incluido en la tercera edición. Una poesía escrita en la década del 90 y corr...